las provincias del alma 1 Sólo el desasosiego de un hombre puede iniciar la construcción de su existencia. Hay tinieblas que ocultan sus latidos. El tedio atraviesa mi cuerpo como un cortejo que busca otro naufragio, se alimenta de todas las meditaciones que entrega un camino. A veces los caminos traen el sudor de la duda el olor de los muros. Jamás podrán escapar a la domesticidad del mito. 2 ¿A quiénes se parecen los muertos sino a esas monedas que lanzamos al espacio? La realidad es ilusoria. Donde hay muros hay desangres. Nos adaptamos a las aguas de Heráclito como nos adaptamos a las persistencias y a las parábolas. Los muros me duelen, la isla me duele. La CIUDAD debe ser almacenada por su sabiduría, por la manera de poseer todas las voces humanas. La ciudad me devora con su asma, con su interrogación. Los cielos no me reciben, no tengo marcado en la mano un destino como Ulises. La ciudad cambia cuando cambian los muros en las cisternas. Los puentes son las adopciones de los puentes. ¿Qué es la eternidad sino un vacío que nos acecha? Cada ciudad tiene un color de sangre distinto. Cada instante es otro muro, otro estanque, otro encuentro con el hado de las aguas. 3 Para Rimbaud iluminarse de sus anchas existencias era tan importante como para Verlaine conocer la dureza del cielo. Rimbaud pertenece a los dioses, al caos, ser salvaje era la posibilidad de seguir viviendo. Rimbaud sepultó su muerte, deformar la realidad lo hacía transformarse en la fiera de Blake. 4 Sólo golpear golpear y cambiarán las ondulaciones de todas las campanas. Qué conocimientos existen más allá de los remos. Escuchad escuchad escuchad. las mutaciones Como dios de címbalo es el alma. Como árbol que nos da un fruto es el alma. La quietud se lanza contra el ojo. Haz del ojo el límite de las alas. Haz de las alas un cielo donde comience la solemnidad de un niño. El destino que se deslice entre las líneas de las manos. Solo quedará una inocencia entre tantos gladiadores. estación perpetua Yo observo estos ordenados instantes que en silencio teje la araña como un barco que navega hasta su penumbra. Yo invoco a mis signos a que naufraguen en la uva de su pradera. Aún soy húesped de esta inmensa nube. orillas Los suicidios no llegan tampoco llega el amor los amigos viven poderosamente entre los dioses se entregan a todos los anillos como se entrega Heráclito a la duda. Siento sus nostalgias como siento la vehemencia de la mirada del tigre de Blake cada uno es una pequeña Troya se revelan contra los muros contra los fuegos. La existencia termina desangrándose en las puntas de los dedos. Los dioses tiemblan le brotan escamas. Sólo yo puedo sostener este cielo con mi mano. las geórgicas y otros soplos A Pedro Luis Marqués de Armas Con vehemencia avanzo por la jungla de un espejo. No hay rostros. Edipo no se reconoce. Toda verdad se dispersa. El silencio de esta agonía lo borra todo como un mar oteando la cruz que fué besada en la letanía de la noche. He sido la sombra del templo el bautismo de un cuerpo buscando ese cortejo como la almendra en la espera de la primer mordida. La inmortalidad es una memoria os ra. Conozco un alto manicomio un muro arado ya maduro entre las dianas de mi alma la sabiduría de los búhos invade la ciu dad con la sencillez de una mutación intangibles son estos hombres que alzan o sueltan el suelo de la bó da. El recuerdo se hunde en la arena como sol. A hurtadillas puedo conquistar mi cen tro. Iré a Troya para desmentir su sombra. Sólo la existencia muestra sus la tos girando en la garganta. En un baúl yo guardo el ocaso de los barcos que ya no pasan. Las rajaduras de los árboles. Otro Virgilio sin mares. Otra Eneida sin laderas. Un fuego que son los dioses. Fragmentos de mi Roma y algunas pocas hojas de laurel en la memoria. de almelio calderón - - - - - - - - - provincias 1 - 2 - - - - - - - - - a 16 enero 01 |