aunque no tenga paraguas y llueva
 

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¡Contención!

A mí me pasa algo así
y bebo barro
meso mis cabellos sucios
me araño las mejillas
y ato colas de pescado podrido
alrededor de mi cintura
desnuda
y grito y lloro y escupo
hasta morir en la plaza
arrastrándome.
Eso hago si me ocurre algo así
 
 
 
 
 
 

toma un hombre bueno

Toma un hombre bueno, esencialmente
bello como un semi         ángel
añade, si lo deseas, fuerza, valor, sinceridad
e inscribe en su corazón 
en caracteres virilmente escuetos
e incuestionables
el Triunfo y el Fracaso
el Poder
y observa
verás
su primera traición
verás, en sesenta años,
el terrible espectáculo de la corrupción
verás
la conciencia degenerada de los gusanos en el alma
la miseria vergonzosa del infierno
 
 
 
 
 
 
 
 

este anciano de cabellos blancos
y sonrisa incansable me habla
yo observo sus labios divertida
y muda también sonrío
disimulo

estoy bastante borracha
 
 
 
 
 
 
 
 
 

la voz de aquella mujer negra

La voz de aquella mujer negra me envolvió en viento aterciopelado y en noche, me elevó y meció después del primer vértigo como un mar de fuerza y dulzura. De profundidad. Gracias. 
¡Y la abuelita! Salió y todo el mundo empezó a bailar con sus arengas. ¡Aleluya! - gritaba -. ¡Ostia! - decía yo, loca, llorando. 
Llovía. Y el coro se movía como el trigo al oscurecer. Tenían túnicas azules y aberturas blancas en las mangas que utilizaban para hacer sus ondas y estampidas. Eran un piano humano, un abanico de complicidad y alegría. 
Ostia - decía yo - así cualquiera va a misa.  Aunque no tengas paraguas y llueva.
 
 
 
 
 
 
 
 

un hombre viejo

por otra parte, había un hombre delgado y viejo en la playa. Salió del agua y se puso en jarras frente al sol, la sonrisa forzada y la respiración entrecortada, pleno. Después miró al mar inmenso y descuidadamente empezó a retorcer las perneras enormes de su bañador, haciendo que los chorros de agua salpicaran la arena. Repitió la operación varias veces, disfrutando. Tranquilo. Contento. Sus piernas muy delgadas, la vida sencilla.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

buenos propósitos

me voy a poner mi vestido de puta
y a meter una canica en la boca
voy a salir sin bragas y depilada toda
y a beberme cincuenta gin-tónics perfumados
de agudeza
¿cómo acabará la noche?
 
 
 
 
 
 
 
 

amanecer

tengo la grupa adolorida
de que me pegues nalgadas
y hace frío y la piel arde
en el amanecer gris y delicado
que tiembla en mi resaca
 
 
 
 
 
 
 
 

re: verano

En la playa ésta, como es grande, sólo permiten baños en la parte central: todo el mundo se apelotona y unos caen sobre otros. Es decir, que el baño es compartido, social, lleno de miradas y sonrisas, comentarios. El otro día había a mi lado una señora, como de sesenta y bastantes, que saltaba olas con júbilo y maravilla, sin parar de reír: "Qué felicidad", me decía una y otra vez. Llevaba uno de esos gorros de baño de los que brotan mariposas y tenía unos enormes ojos azules. "Qué felicidad, La Virgen. 
 
 
 
 
 
 
 
 

qué dura la vida

se ha echado un novio que no bebe
de hecho, hace tiempo que ella
no bebe, está contenta,
su nariz ya no es tan roja
pero
¡oh, qué tristemente duros y grises
los amaneceres de esta sequía!
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

el doble

Me he visto desde afuera. Fue en una gran ciudad, de vacaciones, visitando la biblioteca central. Él me dijo: "Ahí hay una tipa que es igual que tú".
Estaba de pie, ante un mostrador, sacando un libro. Sólo la miré un segundo. Era igual que yo.
Tengo una cara muy rara. No me parezco a nadie. Me han dicho que me parezo a Angela Molina, Angélica Huston, Sofía Loren, Ángles Caso: es decir, a cualquier tía morena y de rasgos fuertes. No tengo nada de ellas. Nada. Un poco, a las 14 años, a Iciar Bollaín en El Sur. Ésa sí. Pero hemos cambiado mucho. Un poco a una actriz que hacía de My Fair Lady en una antigua versión inglesa, buenísima. No, tengo una cara rara. 
Pero ésta mujer que se inclinaba mientras sellaban algo, era igual que yo. Era alta y vestía de oscuro. El pelo castaño y algo descuidado le caía por la cara. La naríz larga, los pómulos marcados, los ojos... a la flor de la cara, con una especie de corrección por dentro y por fuera, sin sombras. Era mayor que yo. 
Me di la vuelta al cabo de un rato y la vi leyendo, en una mesa. Me dispuse a hablar con ella. Me acerqué en dos ocasiones, pero las dos veces me quedé sin habla en el último momento. Me parecía verme a mí misma, y quise saber más de ella, oír su voz, ver si le hacía gracia encontrar alguien que se le pareciera. No me atreví.
Esperé una hora en la escalinata de la entrada donde, sin la obligación de hablar en susurros, estaba decidida a hablarle. Pero no salió.
Nunca la volveré a ver. Era al otro lado del océano. Quizá uno de esos abuelos emigrantes del que no se volvió a saber dejó su semillita por allá. Quizá del gran cocktail surgió una réplica.
Fue extraño. Muy extraño. Verme, seria, leyendo, ausente de mi presencia.
 
 
 
 
 
 
 
 

María Felicidad

Sonia estaba bailando sola, ante la orquesta. Todos los niños se habían ido ya y sólo quedaban mayores que pisoteaban la tierra y la hierba llena de colillas. Vino a ella otra niña, muy morena y legañosa.
- hola, ¿me dejas ser tu amiga?
- claro ˆ respondió Sonia un poco sorprendida por la simplicidad de la pregunta, incluso para una niña de 9 años. 
- Me llamo Mari Fe.
- Yo Sonia
- Ya lo sabía. Te había visto antes, en el parque, y oí a unas amigas tuyas llamándote.
Jugaron durante un rato en la luz amarillenta de las bombillas en hilera contra la noche, saltando entre los cables bajo el escenario, corriendo por el calor húmedo y con olor a tierra de la fiesta de verano. 
Llegó la hora de irse. Los padres de Sonia la llamaron y averiguaron rápidamente que Mari Fe vivía en un pueblo a un par de kilómetros y que pretendía volver sola, caminando en la noche por los senderos acechados por zarzas y luciérnagas. 
- Ven con nosotros hasta casa, cogemos el coche y te llevamos Sonia y yo.
- ¡Pero si no se hace falta! ¡Siempre vuelvo sola! ˆ y se reía por lo gracioso que le parecía que la quisieran llevar a casa.
- No importa. ¿No te apetece más que te llevemos? Está muy lejos y es muy tarde, María Fé.

Y Sonia supo que a su padre le gustaba mucho María Fe. Coqueteaba como solía hacerlo con los niños, con un brillo de ternura en su mirada.
- Tu nombre debe de ser María Felicidad, por lo mucho que te ríes, María Fe.
- ¡Sí! ¡Mi nombre es María Felicidad. Entonces tengo que ser muy Feliz, ¿verdad?
- Claro, tienes que ser feliz por tu nombre, o a lo mejor te lo pusieron porque sabían que ibas a ser muy feliz.
- Claro, ¡claro! ˆ y se moría de risa, se reía por cada cosa que se decía.
- ¿Y vas aquí a la escuela, María Felicidad? 
- No, estoy de vacaciones. Mi padrastro tiene una casa aquí.

Se subieron en el coche destartalado y condujeron por carreteritas sin asfaltar hasta llegar a su casa. Sonia y su padre se quedaron a su lado mientras llamaba a la puerta y ella los hizo entrar a conocer a su madre cuando la puerta se abrió.
La madre era gorda y enrojecida. Estaba sucia. En la casa todo estaba amontonada, en pilas, sin orden. Era una única habitación y un altillo donde dormían. A Sonia no le pareció una casa. 
- ¡Ésta es mi casa! ˆ dijo María Felicidad - ¡Y ésta es mi madre!
La madre no dijo nada, ni miró a Sonia y a su padre. La habían despertado de una borrachera pesada en el sofá cochambroso. Se aclaraba la garganta, abotargada, de un humor negro, aturdida. Al fin dijo:
- ¿Qué horas son estas, desgraciada? Te voy a partir el alma. Tira pa la cama de una puta vez. ˆ y la voz era como de lija y escupitajos.
Sonia y su padre se despidieron.
- Bueno, ya nos veremos por ahí ˆ dijo Sonia
- ¡Claro! ˆ dijo Mari Fe
- Acuérdate de hacer honor a tu nombre, María Felicidad, como haces ahora ˆ dijo el padre, revolviéndole el pelo.
Y se fueron mientras Mari Fe reía una vez más de la gracia de la felicidad. 
En el coche el padre de Sonia estaba serio. Dijo „ya sé quién es el padrastro. Qué mierda‰ en voz baja. 
- Pero ella es muy feliz, ¿no, papá?
- Sí, hija, sí. Feliz como una anguila.

En realidad Sonia jugaba a niña con su padre. No hablaron más. Los dos estaban un poco avergonzados, aunque Sonia no sabía muy bien porqué.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Animal Factory - Steve Buscemi

en la brutalidad del sol y la sombra
necesitar a alguien 
Amar
 

es que yo
necesito sentir algo, ¿sabes?
yo
necesito 
sentir algo
sólo
eso
 
 
 
 
 

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de llovizna
7 de Septiembre de 01
 

 

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