Después de la penumbra y la tiniebla
vino la vida, la vida fecunda:
vino la chispa fértil del relámpago,
en cuya selva ardían las palabras,
vino la luz y la esperanza, el verso
sin plumas, la utopía literaria.
El ritmo ebrio vino, de las mareas,
del fondo del océano, del mar,
como una ola gigantesca que trepa
por la espuma a la cima de los cielos;
del reino de neptuno vino, blanco
como la nieve y hondo como la luz
a rescatar del silencio pedazos
amargos de mi volcán interior.
A la boca se asomaron sus pétalos
abiertos de flor radiante y sincera,
sus pétalos de abismos transparentes,
sus pétalos de sueños y serpientes.
A la boca fluyeron desde dentro
de las venas, en la sangre que corre
río abajo tropezándose en las piedras,
en la sangre cubierta por el musgo
del olvido como si fuera tierra.
El ritmo vino dentro de la bruma,
escondido en la piel de los sonidos,
de la rima, del metro, del acento,
rebosante de brillos y latidos.
Vino como un deseo ineludible,
como un río salvaje y turbulento
que estalla su caudal contra las rocas
y bebe las esencias del rocío
en la sabia despensa de la aurora.
Su aroma espeso me trepó a las venas,
llenó mi alma de resplandor marino
como si fuera espuma del océano,
trepó por las enredaderas hondas
de mis nervios como si fuera hiedra
en la que hierve el sol fértil de la vida,
la estrella luminosa del destino,
el barro de la tierna alfarería.
El ritmo nació inmenso del silencio,
de los golpes de voz que da el acento
al llenar de palabras cada verso
y de versos la espiral donde se arma
la cadencia secreta del sonido.
El ritmo nació así, como un suspiro,
como mana una fresca melodía
del más hondo volcán de la garganta,
de las letras, del viejo crucigrama
donde se forjan febriles los sueños
y se fragua el vértigo de la danza.
DIARIO
Septiembre. En agosto llamé para ponerme de acuerdo contigo pero no
estabas. Fue una lástima. Quería contarte todo lo que me sucedió durante el
mes de julio e informarte de los buenos propósitos que me estimulan para
afrontar con alegría una nueva temporada de otoño e invierno. Me imagino que
habrás iniciado las vacaciones y que estás en pleno agobio de sol, la playa,
los mariscos gallegos... ¡Ojalá yo también me encontrara ahí, contigo! Pero
no me queda más remedio que esperar a tu regreso. ¡Tengo tantas cosas que
decirte!
Octubre. Nada. Sin noticias tuyas, a pesar de que inundo tu correo de
e-mails... Es como si te hubiera tragado una nécora mientras practicabas
submarinismo en la playa de Cabío. ¡Ya sé!! .... Lo más probable es que
hayas cogido esos días que te debían de vacaciones y aprovechado la veta de
buen tiempo que han dicho en las noticias de la tele que se está produciendo
y es tan poco habitual por esos pagos. La playa es genial y probablemente
hayan afluido a tu memoria montañas de recuerdos, de cuando eras niño e
íbamos a bañarnos en sus aguascon tus primas y tus tíos en aquellas jornadas
maratonianas de sol a sol. Fue allí donde comenzó tu afición a la pesca
submarina que con tan suculentos manjares y durante bastante tiempo nos ha
obsequiado el estómago.
Noviembre. Sigo sin saber de ti... y aunque te envío misivas a través de
todos los medios y sistemas habidos y por haber, nunca me respondes. Es
posible que el trabajo no te deje un minuto libre. ¡Estoy seguro!... Pero,
vamos, una llamadita la podrías hacer. O será que te has ido al extranjero a
dar clases en comisión de servicios del Ministerio de Educación. Si el
destino te ha llevado a Brasil ya me contarás a qué sabe la caipiriña y si
ha sido a Cuba ¿te acordarás de traerme la receta del mojito? Por si acaso,
ayer pasé por delante de tu casa, pero tenías las persianas cerradas y no me
atreví a llamar a la puerta. Sé, por propia experiencia, que es muy molesto
que te despierten si estás echado, durmiendo una siesta. Yo cada día me
encuentro un poco más solo. Ahora ya ni la vecina me dirige la palabra. Se
ha vuelto muda y cuando la encuentro en el descansillo de la escalera me
tuerce la cara. Sí, estoy solo, y no tengo a nadie a quien contarle el
terrible problema que estoy padeciendo.
Diciembre. Te llamé y me respondió Burt Simpson diciéndome que no estabas.
Por cierto, ya es casualidad que los dos hayamos escogido el mismo personaje
para el buzón de voz. Como no estabas, dejé un mensaje. Ojalá no se borre.
En ese momento me sentí como un náufrago lanzando una botella al mar. Hace
frío y yo sigo con los problemas a cuestas. Apenas salgo de casa. Espero que
estés donde estés lo estés pasando bien, valga la redundancia. Mi cabeza es
un lío. Las ideas se me enredan como si fueran hilos de un ovillo con los
que está jugando el gato y aunque tiro de la madeja nunca encuentro el
principio. Ya verás cuando te lo pueda contar, te vas a quedar alucinado.
¡Es todo tan extraño! Aunque quizá cuando te enteres el asunto te parecerá
pecata minuta. Yo siempre hago de una gota una inundación y a lo mejor a ti
te está cayendo el diluvio por encima.
Enero. Nada. Las persianas siguen cerradas y empiezo a pensar que sólo eres
un producto de mi imaginación. Sí, las neuronas me patinan a veces y ya
casi no distingo entre la ficción y la realidad. Un trozo de oscuridad
invade mi cerebro y me arroja a un pozo cada vez más hondo. Tal vez nunca
naciste. Tal vez tú nunca fuiste tú. Tal vez solamente eres el producto de
un sueño. Pero yo juraría que en este mes es tu cumpleaños. Esto cada vez me
resulta más extraño. He preguntado a algunas personas y me han dicho que no
te conocen, que no saben de quién les estoy hablando, que no te han visto en
toda su vida. He pasado por tu casa y entrado en el portal y en el buzón no
hay ni una señal de tu paso por ese edificio, tu nombre ha desaparecido, en
su lugar alguien ha puesto el mío.
Febrero. En la pescadería tampoco te recuerdan. Y me han mirado como si yo
estuviera un poco chiflado. Dicen que yo nunca tuve una hija, que nunca
estuve casado, y si me descuido hasta que nunca fui humano. Pero yo sé que
tu mundo es la realidad y no la ficción. Tú sabes que siempre te he deseado
lo mejor y que me habría gustado formar parte de tu vida como un si fuera un
brazo, un ojo, un pie tuyo. Tú sabes que habría querido celebrar todos tus
cumpleaños, como el mes pasado, en que a pesar de que no estabas compré una
tarta, encendí las cuarenta y tres velas de turno y las apagué con el fuelle
del colchón de playa, porque mis pulmones ya no dan para más.
Marzo. La soledad se va acentuando. Cada día te echo más de menos. Quiero
seguir a tu lado. A fin de cuentas, ¿cuánto tiempo ha pasado desde que nos
hicimos amigos, desde que te encontré en la calle un poco despistado, desde
que me enviaste aquellos largos e-mails donde me relatabas todos los
pormenores de tu atribulada existencia? Lo que no termino de entender es por
qué los e-mails llegan de regreso a mi ordenador, por qué las cartas son
como boomerangs que retornan siempre al buzón de mi portal, y por qué las
llamadas telefónicas suenan en mi teléfono móvil cuando marco tu número.
Abril. Ya no lo soporto más. Tengo que contártelo. Necesito decírselo a
alguien y no puedo esperar. Es algo que me come por dentro, como un gusano
interior que se alimenta de la soledad. En el mes de julio pasado fui al
médico, al psiquiatra. Sí, ya sé que te estarás preguntando por qué. Y te
diré que ni yo mismo lo sé. Quizá era que me encontraba mal, que nuestra
relación me estaba saturando un poco, que estaba cansado de escuchar tu voz
como si de un altavoz instalado en mi cerebro se tratase. Lo cierto es que
fui y que tras numerosas pruebas y preguntas me diagnosticó esquizofrenia.
Sí, me ha dicho que tú solamente eres otra personalidad que en ocasiones
vive en mí y que gracias a la medicación que él me ha recetado me has
abandonado. Quizá por eso te echo de menos. ¿Sabes? Añoro aquellos tiempos
en los que nos turnábamos en este cuerpo para salir a dar una vuelta o
simplemente para ver la televisión.
> Abril 2001©Fernando Luis Pérez Poza Pontevedra. España. Adjunto les remito mi poema "La marea del ritmo" y el relato "Diario", con ruego de publicación. Saludos.
de Fernando
a 26 de Febrero 02