Esta noche el destino se ha confabulado en contra de nuestro amor y nos observa acechante.
Tú me has acompañado en el baño, como haces siempre, me has lavado con mimo, con esa ternura que convierte a tus manos en exquisitas alas del placer. Has acariciado mi cuerpo con un tacto imperceptible y lúbrico por la humedad del agua y después me has secado con esmero. En la cama has recorrido con tus labios mi piel enardecida, cada punto ha reaccionado ávido de tu fuego, he temblado de placer bajo tus sabios dedos y he esperado la culminación de un acto con avidez pretendido. He sentido la liviandad de tu ser sobre mí y he contemplado tus ojos heridos por la tragedia cerrándose con fuerza, negando en vano una realidad que espera a mañana para mostrar sus garras.
Yo no te he mirado a la cara para evitarme la tristeza de descubrir tu congoja. Te he tocado, he rozado la turgencia de tu sexo y tú has gemido, no de gozo, sino de dolor, no de dolor físico, sino de ahogo del alma. Besas mi cuerpo y me preguntas por qué he venido. Tenía que venir, respondo. Me pides que espere, te vuelves brutal y con un sentimiento desesperado te arrojas encima de mí, devoras mi boca, mis senos, mi vientre..., gimes y yo cierro los párpados a un deleite intenso. Tus manos son expertas, suaves, perfectas. Reconozco que he tenido suerte, posees el conocimiento exacto de lo que hay que hacer, de lo que hay que decir, de lo que es mejor callar, sólo que esta noche tu esmerado arte adolece de valor para mostrarse.
Pensaba que podría, pero no puedo. Estoy muerto. Tu sonrisa de excusa es dulce. Tu dulzura prevalece, sobrevive entera en medio de la aflicción. Vuelves a acariciarme porque sabes que yo ansío que lo hagas y me contemplas cuando el clímax llega. Estás llorando sin dejarme ver tus lágrimas, sin demostrar el sufrimiento, sin demostrar nada.
Mañana se ejecutará la sentencia, y tras la boda, tú estarás con ella recordándome a mí tendida en este lecho, y durante algún tiempo yo seré la imagen de tu deseo, el anhelo de tus emociones, la sombra de la terrible imposibilidad carnal. Ella, que conoce mi existencia, no podrá consolar tu pena, porque sería impropio de una esposa consolar un dolor adúltero. Y yo recordaré con memoria estremecida el suave discurrir de tus manos por mi piel, con la insoportable certeza de no hallar a otro que conozca mi cuerpo y mi espíritu como lo has hecho tú.

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