Yo recuerdo que una vez encontré una uva detrás de un sillón, en la sala, y mi madre dijo que era del Año de la Pera. Me pareció raro. Luego me explicó que el año de la pera había sido hacía mucho tiempo. Pero ella no se dio cuenta de que la incongruencia consistía en que una uva fuera del año de la pera. Tendría que haber sido del año de la uva.
Mi madre salía a comprar y nos dejaba solas en casa. Yo aún no tenía cuatro años y cuidaba de mis hermanas pequeñas. Cogíamos tres sillitas y nos subíamos a la ventana, aunque no la abríamos. Nos pegábamos al cristal y decíamos una, dos, y tres y gritábamos muy fuerte Mamááááá.
Tenía un amigo que se llamaba Javier que tenía el ombligo para afuera. Una vez encontramos un tubo de pasta de dientes y nos lo echamos por la cara y unos niños mayores nos dijeron que nos íbamos a convertir en hombres lobo, que despertaríamos al día siguiente cubiertos de pelo. El que lo decía era muy guapo y estaba apoyado en una bici como si fuera un caballo. Nos echamos a llorar.
Ésa fue la primera casa que recuerdo. Un barrio gris y lleno de charcos.
Luego nos fuimos a vivir encima de un dispensario. Era una especie de ambulatorio, creo. De consulta médica. Me quitaron las vegetaciones y me compraron unos patines como premio. Veíamos la primera tele que tuvimos tirados todos encima de un colchón en la sala.
En las vías del tren el hijo del carnicero me dijo pon la mano así y depositó su pirula en la palma. Mi hermana se fue corriendo. Cuando volví a casa mis padres me preguntaron que si era tonta o qué, que se iba mi hermana pequeña corriendo y yo ahí, como una boba. Era un niño más grande, como de 7 u 8 años, y mi padre decía: Pero si le decimos algo al padre le da una paliza que lo mata&Mac183;
Recuerdo andar por debajo de las faldas de un grupo de mujeres que charlaban en la acera. Tenían faja. Una amiga mía tenía sed y yo escupí en mi mano y le dije que bebiera. Un viejo leía un papel que había en el suelo clavándolo con el bastón. Alguien me dijo que no lo quería coger en las manos por si acaso era de la ETA.
Había una asociación cultural donde ponían películas a los niños y luego les daban chocolate. Yo iba sola y el viento me doblaba el pequeño paraguas.
Esa fue la segunda casa. Un barrio gris y lleno de charcos.
Luego nos fuimos debajo de las putas. Maria Felicidad iba al baño y nos perseguía por la casa con el papel sucio de mierda, y mi madre llegó un día justo en ese momento y se enfadó mucho. Mi hermana la pequeña se metió dos fabas en la nariz y no podía sacárselas. Mi hermana la mediana pegaba a los hombres en el culo, o se ponía con las piernas y los brazos abiertos frente a los coches desafiándolos a frenar. Decía Alto, riendo, y esperaba.
Un día mi padre llegó con un gatito. Dijo que era una gata y que la llamaríamos Musidora. Venía con ella en el hombro. La bañamos porque estaba llena de piojos. No sé qué habrá sido de Musidora, la pobre, con ese nombre tan sofisticado. Mi padre me dijo muy seriamente que no abriera la puerta a nadie aunque dijeran que eran amigos. Que tenía muchos papeles que no podía ver nadie. Un día vino un amigo de la familia a por un libro y no le abrí. Me describió el libro (verde) y se lo tiré por la ventana. También tiraba el Mundo Obrero por la ventana. Y los pendientes de plata de mi madre.
Vivíamos al lado de los astilleros, que se veían recortados tras los tejados húmedos como esqueletos de animales prehistóricos. Íbamos a una playa que no tenía arena, sino rocas. Rodeada de muros y de intestinos de hierro, de cristales limados por el agua. Había viejas estructuras que parecían raíles o piscinas y que la marea lamía durante siglos.
No sé porqué cambiábamos tan rápido de casa, si todas estaban cerca.
Esa fue la tercera casa: un barrio gris y lleno de charcos. El paraíso.
llovizna
> s

poesiasalvaje
los textos son cosa de sus autores