UN EPISODIO CON NOCTURNIDAD Y SIN ALEVOSÍA

 

 
 
 

Me desperté a punto de alcanzar el orgasmo. Ella gemía de satisfacción,
todavía envuelta en la nebulosa del sueño. El vaivén era continuo. Casi de
olas y espuma. La habitación permanecía completamente a oscuras, como si las
paredes trataran de cerrar los ojos y no ver lo que allí estaba sucediendo.
Hacía semanas, meses quizá, que no disfrutaba tanto. Sus piernas se
enredaban en las mías, gateaban por ellas. Mi esqueleto se desarmaba
sumergido en el volcán de su pubis. El alma se retorcía de éxtasis. Aquello
sabía fantástico.

Sentía su piel más suave que nunca y quizá, por la posición, una variante
del misionero, los pechos se me antojaron más puntiagudos, de pera limonera
bien madura a punto de caer del árbol. Los acaricié, con toda la ternura del
mundo volcada en los dedos. Ella se removió como si fuera una culebra en
plena ejecución en la silla eléctrica. En la casa de la vecina el reloj
marcó las doce campanadas. Una... Dos.... Cuatro.... Hmmmmm....
Fantástico... Nueve... Ehhh... doce... Hmmmm..... El gong cesó, pero yo
seguí contando... Trece... Hmmm... Catorce.... Esa noche sonara muy cerca,
como si la estupenda vecina de la letra A hubiera dejado la ventana del
patio interior abierta. En plena faena me vino a la mente su silueta. ¡Qué
buena estaba! Me preocupó que nos pudiera oír en pleno cambalache. Yo era
tan cortado que al día siguiente me ruborizaría al encontrarme con ella en
el portal o en la escalera.

Por un momento pensé que había regresado a la época de recién casado, cuando
los asaltos nocturnos se sucedían sin tasa ni tregua y te despertabas varias
veces en la misma noche a punto de catar un trozo de eternidad. La textura
del camisón me resultaba especial. Era nuevo y un poco más corto de lo
habitual, una especie de salto de cama. Facilitaba mucho la operación. Noté
su humedad de sirena ardiente resbalando por mis muslos. Al abarcar su
cintura con mis brazos, me di cuenta de que había adelgazado un poco. Los
michelines escaseaban por no decir que habían desaparecido. ¿Tanto tiempo
hacía que no nos embarcábamos en una aventura de aquellas? ¡Con lo rico que
estaba! Eso me estimuló.

Olía mejor que nunca. A ramo de violeta celestial. Todo su cuerpo exhalaba
ese aroma. Me envolvía. Un nuevo perfume. Hmmmm..... Fantástico. Esta noche
ya no se borraría nunca de mi memoria. Se escuchaba el rumor del mar al
derramarse en la playa.... Glorioso... Ahhhhhhhh... Parecía más cerca,
como si viviéramos en la parte norte del edificio, que daba directamente al
océano. Cuando compramos el piso no había disponible ninguno de los que
orientaban sus ventanas a la fachada y nos conformamos con este, que daba a
la parte trasera. Ella gemía una y otra vez y volvía a gemir, sumergida en
una especie de carnaval multiorgásmico. Qué diferente resultaba todo. Eso me
elevó, me proyectó hacia el infinito y convirtió mi interior en un jardín
pirotécnico. Entonces, en plena celebración de la cumbre, cuando en una
soberbia traca final rompíamos al unísono, noté que ella se despertaba y
estallaba en un atronador grito de placer mezclado con angustia:

- ¡Socorroooooooooooooo! ¡Socorrooooooooooo! ¡Socorroooooooooo... que me
violan!

La bajada fue espeluznante. Me quedé frío. Aquella no era la voz de mi
mujer. La solté inmediatamente. Alargué el brazo para encender la luz, pero
no encontré el interruptor. ¿Dónde demonios se habría metido la lámpara?
Sentí un flash y la estancia se iluminó. Allí estaba, frente a mí, chillando
como una loca o posesa y una mueca en el rostro en la que se entremezclaban
a rabiar la incredulidad, la sorpresa, el miedo y el placer. Era la vecina
de la letra A. Yo apenas acerté a balbucear:

-¡Perdón, me equivoqué de piso!- y agarré el pijama y salí corriendo.

Al cabo de un rato, la policía llamó a la puerta de mi casa y me llevó
detenido, acusado de violación. Padezco un tipo de epilepsia que a veces me
produce un estado crepuscular muy parecido al sonambulismo, durante cuyos
episodios pierdo la consciencia y el control de la voluntad. No sé si el
juez aceptará el certificado de mi psiquiatra en el que se avala esta
circunstancia. La verdad es que es muy difícil convencer a nadie de que
durante una de mis crisis salté desde mi dormitorio al patio interior y
desde allí a la cocina de la vecina y a su cama. El resto de los hechos ya
los conocen ustedes. Pero es la verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad. Ahora estoy en libertad bajo fianza y todos los vecinos me miran con
desconfianza. Hasta el vecino del cuarto D, que está soltero, ha cambiado la
cerradura por temor a llevarse una sorpresa. Y mi mujer, cuando trato de
explicarme, me dice:

-¿A ver? Si te equivocaste de piso... ¿A cuál ibas? ¿Con qué otra vecina
andas enrollado? Y quiere separarse de mí. ¿Qué puedo hacer?.



Pontevedra. España
Mis libros en papel: fpoza@mundo-r.com

 
 


> From: Fernando Luis Perez Poza <fpoza@mundo-r.com>
To: <peres@mundo-r.com>
Date: sábado, 24 mayo 2003 22:08
Subject: Una aventura amorosa de Internet 

 

por Fernando L. Pérez Poza
a 1 de Junio 03

 
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