dos de las nueve casas

 

 
 
 


Creía que me estaba volviendo invisible. Me fui poniendo cada vez de peor humor y contesté gruñona a quien no debía. Apareció una pregunta en el ordenador y allá me fui, caballo desbocado, a ver si al escupirme quedaba algo de mí en la mancha. Pero no era yo lo que quedó. Y aparecieron más preguntas y preguntantes, y a todos respondí desairada. Mala cosa.
Ya no se puede arreglar, y es que no soporto los parches, pero sí pedir disculpas y hacer un ejercicio de recuperar la memoria, por ver si consigo quedarme en algo... Y sé que si soy invisible es por mi culpa, y sé que si no consigo transmitir los buenos sentimientos también, que no es culpa del que no los ve. Por eso, por ver si consigo enseñarme de verdad en algo, y también por ver si recupero algo de mí, tan lejos ya, para poder ofrecer lo bueno con cariño y lo malo sin malicia, os cuento esto, tonterías y pasados y perdidos...


De pequeña no tenía miedo a nada ni a nadie. Bueno, miento, se lo tenía a los espíritus, a los vampiros, a la Santa Compaña y a Rambo, pero aparte de eso... Abría bien los ojos y enseñaba los dientes, ya fuera sonrisa o gruñido, y me subía a la montaña de madera que hiciese falta...
Ahora se lo tengo a los ascensores, a la policía y al cáncer... Abro bien los ojos y enseño los dientes, ya sea sonrisa o gruñido, pero ya no me subo a donde haga falta, perdí ese coraje...

Con esta nueva mudanza ya llevo nueve, y no sé en cuál de esas casas me quedé...

Primero vivíamos en el Paraíso (casa con porche, huerta, mil árboles y el río rodeándonos. Había serpientes y hasta una tortuga). Mi madre nos hacía ella los yogures y yo vomitaba mucho, siempre malita. Hasta me ofrecieron a la virgen de Chamorro, y aún le estoy debiendo, cuentan las viejas, una subida de rodillas a la montaña de su santuario. Todavía falta convencerme de que estoy viva gracias a ella, pero en cuanto tenga fe, subo, fijo.
Había una señora al final del camino que se llamaba María y que era mala como un demonio, no soportaba vernos jugar y menos aún reír. Mi madre me hacía rabiar diciéndome que como me llamo susana maría, pues era igual que ella, y se moría de risa al verme chillar y llorar cuando me cantaba „e chámaste maría, como a bruxa maría&Mac183;‰. Mi madre me hacía llorar sólo porque decía que me ponía muy guapa, que me brillaban mucho los ojos cuando estaba furiosa...
Y milín, que venía a jugar con nosotros y conseguía convencer a mi hermano para que jugasen a los „romanos y pecadores‰, que consistía básicamente en que mi hermano era un cristiano pecador y milín un romano redentor, por lo que el segundo le clavaba al primero en la barriga un palo con una punta en el extremo, hasta que sangraba. Mi madre lo descubrió un día y no sabía si llorar o reír&Mac183; pero no aplicó la ley materna anti malas compañías y milín siguió viniendo&Mac183;
Y por supuesto el Señor Adón, un profesor de los de antes, que nos enseñó a leer y escribir y sumar y restar &Mac246;mi hermano aprendió incluso a dividir- antes de ir al cole. Yo tanto ya no, lo mío era sumar y sumar, que todavía no soportaba deshacer las cosas en pedacitos&Mac183;Y Marta, su hija, que consiguió que mi hermano obedeciera a alguien. Sé que el miedo no es respeto, pero teniendo en cuenta al enemigo, lo de menos eran los métodos&Mac183;
Mi padre trabajaba en una fábrica de cerámica, llegó a ser encargado y todo. Y mi madre cuidaba de nosotros, que era más trabajo que todo el de la fábrica. Y entonces ferrol fue un terremoto económico y empresarial, y cayeron todas las fábricas en dominó. Los astilleros fueron sólo la punta del iceberg, debajo estábamos todos los demás. Y hubo que vender el cielo, e irse a vivir con los mortales.
Había que comer y alquilaron un bar. Lógico. Lo mantenía en pie mi madre pero le pusieron el nombre de mi padre. ¿Lógico?. Teníamos también habitaciones y así tuvimos también camioneros, vendedores, viajantes,&Mac183; Mi hermano era sonámbulo y se metía en sus cuartos y se abrazaba a ellos y les daba besitos, „mamá, mamበles decía. Al primero que se lo hizo se asustó mucho, a mí me dio mucha vergüenza, bueno, o poca, que poca vergüenza cabe en una ninja de cinco años y veinte kilos. Yo atacaba de día, a conciencia. A la hora de la comida me iba subiendo uno por uno a sus rodillas „te voy a contar una historia&Mac183;‰ disparaba, y a aguantarse. Pero era linda y me dejaban. Me acuerdo de algunos de esos señores, Venancio sobre todo, porque creía que era de Venecia, y eso era lo más, medio hombre-medio rana&Mac183; y resultó ser del seco Madrid, pero el cariño y la fascinación ya echaran raíces, y se lo perdoné. Todos los días tenía un truco de magia nuevo (aluciné el día en que me sacó una moned!
a de cincuenta pesetas de detrás de la oreja, estaba muy excitada y me mareé y todo, y chillé tanto que mi madre me dio una torta. Fue genial). Y Ramón el Mudo, que durmió mucho tiempo en mi casa, que se reía mucho y al que se le entendía mejor que a casi todos los demás&Mac183;
Vivíamos pegaditos a una fábrica de chatarra:„Vaycora‰. A los obreros también les daba la vara. Tenía historias para todos. Y me cogieron cariño. Y me dejaban coger cosas&Mac183;
Y por fin llegó una bici, segunda edad del hombre. Mi bici. Era roja y rayo, y la adopté cual injerto o prótesis. Me convertí en bicho rodado. Y así estuve, flotando sobre cuatro ruedas, hasta que camilito &Mac246;el vecino- decidió que mi bici necesitaba un „reajuste‰ y le quitó las pequeñitas „ven a la cochera, susi, que te la voy a arreglar. Te quito las rueditas, que ya no te hacen falta, para que andes como los mayores‰. Y yo, ya enamorada a los cinco años, consentí. Aterrorizada, pero consentí. Y hubo que estrenarse. La fábrica de al lado tenía una rampa por la que subían los camiones, y unas planchas metálicas enormes, donde los pesaban. Y justo delante del bar-mi casa, un pino. Y claro, como no podía ser de otra manera, cami colocó la bici sobre las planchas, en perfecta línea recta con el pino. No lo hizo a propósito, que me quería, pero lo hizo. Y después gritó: „venga, tírate‰ y yo, pobre enamorada, obedecí. Fueron pocos segundos, pero el recuerdo es una peli de veinte m!
inutos. Yo veía el pino que se venía contra mí, y sabía que tenía que girar el manillar o frenar&Mac183;pero no pude. Paralizada. Lo último que oí fue un „gira, tonta‰ desesperado &Mac246;él sabía quién se iba a comer la bronca-, y después ya sólo oí mis gritos. Se me descolgó la barbilla y me llevaron a coserla. Aún tengo una cicatriz a la que le tengo mucho cariño, y una historia con la que salvar algún silencio horrible&Mac183;
Después, gracias a dios, me enseñaron a manejar la mortal máquina dos señores de la fábrica. Me contó mi madre hace poco que uno de ellos había estado en la cárcel por violar y asesinar a una chiquilla, era un caso muy famoso, pero que no había sido él sino el cura, que para no ir a la cárcel calló con dinero a los padres de la niña y a todo el pueblo, y a este señor le prometió trabajo y dinero a la salida de la cárcel; él, que no tenía nada que perder, aceptó. „Todos sabíamos que no fuera él, era un señor maravilloso, en seis años ni un mal gesto; y te quería mucho y te enseñó a andar en bici, era buena persona y te aguantaba tardes enteras con lo pesada que eras,&Mac183;, que no te iba yo a dejar con un asesino, ¿no?‰. Es una tontería, pero me sentí orgullosa de mi madre, que me dejaba siempre con buena gente..y el señor Lamigueiro, que me la arreglaba siempre que se me pinchaba una rueda o me comía una pared en medio de alguna operación secreta especial&Mac183;
En frente había un edificio en construcción en el que siempre había yonquis. Venían al bar a comprar agua, limones y „lo que sea‰ envuelto en papel albal. Teníamos prohibido cruzar la calle porque mi madre tenía miedo de que pillásemos algo. Alguna vez que no nos vio, fuimos, pero no había nada. Pisos a medio hacer y jeringuillas por el suelo, ferrol ochentero puro y duro&Mac183;
Al lado de este edificio estaba „el chalé del médico‰, amuralladísimo, que fuera estábamos los pobres, pista de tenis y piscina, lo nunca visto, y un par de garajes y una casa como un palacio&Mac183; pero desde mi cuarto podía verlo todo con los prismáticos, tanta piedra no les servía de nada contra mí, muertos de miedo que se quedaban cuando me pillaban&Mac183; Y justo al lado del chaletazo, un descampado, andabas cien metros, y el campamento de los gitanos, tierra de nadie. Y de tanto que nos lo dijeron los mayores acabamos por tenerles miedo, y les gritábamos „chachunen‰ y salíamos corriendo y nos venían detrás „payos de mierda‰, pero en el cole estábamos todos juntos; algunos padres protestaron y querían que estuviesen en clases aparte, que nos iban a contagiar piojos y volvernos malos&Mac183;pero se quedaron y tuvimos todos piojos y también todos fuimos malos. Lo mejor de todo es que la primera en tenerlos fue la niña mona repelente de la clase, ni los gitanos ni nosotros los medio-chachos!
, ella, que desde entonces se volvió una víbora...esa sí que contagió piojos y maldades&Mac183;
Estuvo bien, no le tengo manía a los piojos, más bien cariño&Mac183;y es que los tuve muchas veces&Mac183;
Y entonces llegó el mar. Valdoviño, que es una playa inmensa. Recuerdo que lo miré unos segundos antes de ponerme a dar saltos y gritos como una loca. Era y es lo más grande que he visto nunca, y también lo más hermoso. Salí disparada, dispuesta a bebérmelo entero, pero me pillaron al vuelo. „Antes hay que saber nadar, que si no te ahogas‰. Nadar, ahogarse, todo un mundo nuevo por descubrir y aprender. Y nos metimos todos en el agua, menos mi hermano, que cuando le cubría por el tobillo empezó a llorar y a chillar „que me ahogo, que me ahogo‰ y salió disparado él también, pero para fuera&Mac183; Y me enseñaron a nadar. Mari Carmen y Camilo, los vecinos. Me da pena que no fueran mis padres, siempre trabajando&Mac183; Primero aprendí a flotar y a nadar para atrás. Una vez tenía esto controlado, me dieron la vuelta y me dejaron frente a frente con él, con ella, tan grande que abarcaba todo. Y aprendí a nadar hacia delante, y hacia delante fui&Mac183; Era horrible ir a la playa conmigo, dice mi mad!
re, „era llegar y ya estaba susaniña allá a lo lejos, y no había quien la sacara del agua, que salía siempre como una pasa y tardaba en ponérsele bien la piel dos horas&Mac183;‰ Y eso que he estado a punto de ahogarme un montón de veces, que el Atlántico es muy fiero además de frío, y en Valdoviño hay muchos hoyos y remolinos y corrientes traicioneras. Pero no me ahogué ninguna, y lo sigo adorando&Mac183;
También decía mi madre que era insoportable dormir conmigo, de tantas patadas que le daba y vueltas y aspavientos, y hasta soñaba y chillaba y lloraba y me reía o cantaba, de todo hacía también de noche&Mac183; hasta que prometió que no volvería a dormir conmigo&Mac183;y lo cumplió. Sufrí mucho su repudio, pero se lo perdoné. Ahora soy yo quien se niega a dormir con ella&Mac183;
Y las clases de baile gallego, y el día que actuamos en el „Teatro Rosalía de La Coruña‰ ( porque cuando yo era pequeña era „la coruña‰, que al gallego casi no lo dejaban existir) y el concurso de grupos de baile en el que una niña, en medio de la actuación (estaban con el baile de las cintas: se coloca un palo en el centro con un montón de cintas atadas arriba, y cada uno coge una y vamos bailando y trenzándolas), se quedó quieta, soltó un gritito y se meó. Qué gracia nos hizo y qué mal me sentí cuando la miré a los ojos y ella me miró y se estaba muriendo de vergüenza y yo riéndome de ella

Y así hasta el día en que mi madre ya no soportó más el miedo por nosotros, que creía que si nos quedábamos allí acabaríamos yonquis y sin futuro, y mi padre se buscó un trabajo lejos y cuando ahorró para comprar un piso, nos marchamos todos, a un pueblo señorito y señorial
 
 



 

por Su
a 1 de Junio 03

 
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