Al fin
Se agarró a mi cuerpo como el que se agarra a un clavo ardiendo. Tendidos por el suelo, absorbidos por el calor de las alfombras, protegidos por las murallas hechas con almohadas; las horas corrían como tropiezan, ahora, las letras de este relato. Así mordíamos el tiempo, o al menos así yo lo recuerdo.
Me agarré a su cuerpo como si me agarrara a un clavo ardiendo. Su cintura tersa me arrojó un hálito de ron añejo; el eco de sus pechos me invocaban con susurros, sofocando mis bocados en su vientre. Puede que no sea objetivo al contar lo que pasó, pero ¿acaso hay algo objetivo después de pasar por el tamiz de los sentidos?
Agarrados el uno al otro, como agarrados a un clavo ardiendo. Quizás el significado último de los gemidos fuera escapar, cruzar campo a través entre los cuerpos entrelazados. Quizás el sentido último de todo fuese dejar atrás la genérica interpretación de la realidad, la turbia realidad; liberarla hasta hacerla nuestra.
Quizás el significado último de agarrarnos el uno al otro fue intentar no sentirnos fuera de este mundo del que no formamos parte. Servirnos, el uno al otro, de cimiento para soportar las turbias andanadas de este mundo excluyente. Vernos dentro, de un mundo ciego que rodeó nuestros sentimientos con la baba del metal.
Nos mecimos dulcemente por algún tiempo. Después huyó (¿ya dije que a lo mejor no sería del todo objetivo?), escapó como quien reconoce, en la oscuridad sombría a un destino tuerto. Huyó por los arrabales rodeándose del perfume mezclado de sus lágrimas con la albahaca, el romero, el jazmín y la menta.
Abrazada a su pena me dijo adiós con un golpe de cadera. Aturdida por la sociedad espectacular salió en busca del solano, y tras perseguirlo entre los muladares de nuestro amor consiguió que la tomara. ¿Cuándo ocurrió? No lo sé, nunca me lo dijo. Los encontré una tarde noche, agazapados, brillando entre las calaveras de nuestro desierto.
Se olvidó de mí. Mientras respiró del aire que le insuflaba, de tarde en tarde me mandaba un trozo de olvido, un resquicio de cariño pegado por accidente; como aquellos restos de saliva que se agarran a tus labios al escupir sin ganas. Así se deshizo de mí, como el que escupe sin ganas y ve cómo se le mancha la pechera.
¿Cómo merecimos tan rocoso final? Cuando el fin arrambla con el olvido violento, cuando disfraza de ternura engaños mudos, cuando viste con collares de amabilidad los cuellos mordidos por el viento caliente. Es entonces cuando se enmarañan los sentidos y se dicen cosas que no se piensan y se piensan cosas que no se dicen.
Y ahora, la cabeza confundida y el corazón torpe, me pregunto: ¿adónde van todas las promesas de amor eterno?, ¿en qué se transforma toda la energía de esos sentimientos infinitos?; ¿cómo me devolverán esa energía vertida, cuando hoy, abatido, no tengo fuerzas ni para tirarme de esta espiral de pena y desengaño?
Creo que la solución será quemar todos sus recuerdos, paralizados como en un juego, quemar toda la presencia que su piel curtida desató por los rincones de mi alma. Volcar por el desagüe el cajón de esencias que me regaló, y que habrá entregado ya a otro. ¿Por qué guardar un recuerdo que ya no me pertenece?
¿Quién pensaba que iba ser fiel a la verdad de un amor desvencijado? ¿Hay alguien que pueda bailar agarrado a uno sin quemarse las pestañas? Finalmente me deshice de las costras que latían su olvido. Finalmente puedo sentir el aire nuevo que absorbe mi corazón. Finalmente... al fin.
> > From: "Txarnego Fullaraca" <txarnegofullaraca@hotmail.com>
> Date: Tue, 29 Apr 2003 18:37:16 +0000
> To: salvaje@poesiasalvaje.com
> Subject: Se agarró a mi cuerpo coo si fuese un clavo ardiendo
>
> > Hola Miguel,
> mando un relato a ver que os parece,
> un saludo,
> Txarnego Fullaraca

poesiasalvaje
los textos son cosa de sus autores