unos cuarenta poemas 

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ACLARACIÓN PRELIMINAR
 

Si ser poeta significa poner cara de ensueño, 
perpetrar recitales a vista y paciencia del público indefenso,
infligirle poemas al crepúsculo y a los ojos de una amiga
de quien deseamos no precisamente sus ojos;
si ser poeta significa allegarse a mecenas de conducta sexual dudosa,
tomar té con galletas junto a señoras relativamente deseables todavía
y pontificar ante ellas sobre el amor y la paz
sin sentir ni el amor ni la paz en la caverna del pecho;
si ser poeta significa arrogarse una misión superior, 
mendigar elogios a críticos que en el fondo se aborrece, 
coludirse con los jurados en cada concurso,
suplicar la inclusión en revistas y antologías del momento,
entonces, entonces, no quisiera ser poeta.

Pero si ser poeta significa sudar y defecar como todos los mortales,
contradecirse y remorderse, debatirse entre el cielo y la tierra,
escuchar no tanto a los demás poetas como a los transeúntes anónimos, 
no tanto a los lingüistas cuanto a los analfabetos de precioso corazón;
si ser poeta obliga a enterarse de que un Juan violó a su madre y a su propio hijo
y que luego lloró terriblemente sobre el Evangelio de San Juan, su remoto tocayo,
entonces, bueno, podría ser poeta
y agregar algún suspiro a esta neblina.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

JORGE LUIS BORGES EN EL SALÓN DE HONOR DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE

Con el atraso de rigor, nuestro hombre llega guiado por elegantes lazarillos.
La concurrencia estalla en aplausos que ensordecen.
Un profesor tartamudea solemnemente un discurso
y el homenajeado escucha con enternecedora paciencia.
Después lo conducen al púlpito, y él inicia por fin su Clase Magistral.
Sus ojos ciegos chocan contra el techo
y de su boca salen palabras, alondras enlutadas, friolentas,
que se despluman sobrevolando el abismo de la literatura.
Entonces uno descubre que a pesar de los focos y de los micrófonos
y a pesar también de la imprudencia de los camarógrafos,
él permanece ajeno a todo lo que no sea el infinito al que sus ojos tienden,
tras vencer la dureza del cielorraso.
Y no hallará refugio en las estrellas, pues ahora y aquí la única estrella es él.
Oscuros ratones de biblioteca, nosotros acudimos a su luz,
recluyéndolo en un cepo de conferencias, hoteles y entrevistas.
Desde su soledad invadida por cacatúas internacionales
y monos sabios especialistas en preguntas que se responden solas,
él comprende que es apenas un pretexto para que nosotros nos creamos cultos.
De ahí la coraza de sus respuestas ­acaso más ingeniosas que profundas­,
de ahí el desencanto en su voz, su falsa o verdadera modestia
de abuelo triste, triste y demasiado lúcido
como para tomarnos en serio.
 
 
 
 
 
 

DECLARACIÓN DE QUIEBRA
 

Me cansas, poesía, rumorosa felina,
musa musitadora, golondrina fogosa.
Pero aunque te niego, persisto en esta cosa
de creer que un incendio se apaga con bencina.

Me asomo a la ventana, descorro la cortina
y creo verme pasar: voy a cavar mi fosa
y a grabar mi epitafio (“Bajo tierra reposa
un iluso que quiso filmar en la neblina”).

Porfiada tortícolis de ser juez y ser parte,
emitiendo y tasando, como monedas duras,
acciones de mi endeble empresa de papel.

Ni poeta ni sastre: estoy harto de este arte
de enhebrar agujas en tu pieza a oscuras
y de hilvanarte fundas, serpiente cascabel.
 
 
 
 
 
 

AMAPOLA MARINA
 

Ahora que fulguras desnuda en la penumbra
y me roza el murmullo de tu busto vibrante,
ahora que tus muslos son dos auriculares
latiendo en mis oídos como ríos de música;

Ahora que en mis sienes siento dos mordeduras
y tu aliento me deja en la frente un tatuaje,
ahora que tu blusa y tu falda flameante
hieren mi mano ardiente como al diente la fruta:

deshojada ya yaces, amapola marina.
Pescador capturado, encallado velero,
yo también yazgo ahora en tu arena amarilla.

En silencio contemplo el templo de tu cuerpo,
me afano y me afino de oído y de tacto
y oigo bajo tu piel un canto gregoriano
 
 
 
 
 
 
 
 
 

DESPEDIDA CON PARÁFRASIS DE ERNESTO CARDENAL
 

Esta será mi venganza:
un día llegará a tus manos
cierto libro de poemas del cual seré autor
y buscarás alguno inspirado por ti,
sin encontrar ninguno, absolutamente ninguno,
salvo éste.
 
 
 
 
 
 
 

A LOS COMPAÑEROS DE UNA GENERACIÓN PRESUNTA
 

Colegas, cohabitantes de la misma caleta, malabaristas
del mismo circo pobre en que hoy yo desnudo mi rostro:
afinemos y afilemos este idioma
para el poeta que vendrá
y que será más grande que nosotros
­nosotros los que extraviamos el camino a cada rato,
los que escribimos en vitrina sin siquiera darnos cuenta­.
Trabajemos, hermanos, por el poeta que vendrá,
dignifiquemos este oficio
que también es más grande que nosotros.
 
 
 
 
 
 
 
 

LAS MUCHACHAS SENCILLAS
 

Las muchachas sencillas
dudan que el mundo sea un balneario
para lograr bronceados excitantes
y exhibirse como carne en la parrilla
de una hostería al aire libre.

Las muchachas sencillas
no cultivan el arte de reptar hacia la fama
ni confunden a las personas con peldaños
ni practican ocios ni negocios
ni firman con el trasero contratos millonarios.

Las muchachas sencillas
estudian en liceos con goteras,
trabajan en industrias y oficinas,
rehúyen las rodillas del gerente,
hacen el amor con Luis González
en hoteles, en carpas, en cerros, en lugares sencillos.

Las muchachas sencillas
se convierten en madres, en esposas sencillas,
luchan largos años como sin darse cuenta,
llenándose de canas, de várices y nietos.
Y cuando abandonan este mundo
dejan por todo recuerdo sus miradas
en fotos arrugadas y sencillas.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

MONÓLOGO DEL EMPLEADO DE OFICINA
 

Estoy aquí sentado una vez más,
contemplando el paisaje del calendario,
las piernas de María, la ventana
y la alfombra de smog que cubre el cielo.

A veces, a veces,
María también me mira
y yo escondo tras el escritorio
los agujeros de mis zapatos
y este pantalón de tela de cebolla,
brilloso, tanslúcido ya.

Voy al baño para verme en el espejo
y todo lo que veo es un par de ojeras,
unos hombros de botella,
un pecho de cuchara,
una cintura de huevo,
un bulto, en fin, como de ahorcado
colgando de una corbata
y soñando aún con un aumento.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

            H  E  L  I  C  Ó  P  T  E  R  O
                        de
                        la
                    muerte
             zumba y zumba
        dejándonos el cráneo
    y el esqueleto temblorosos.
  ¿Cómo olvidar el tableteo de aquellas metralletas tartamudas
 arrasando  con furia  a  los  francotiradores  apostados  en  las
 azoteas y los tejados de esos edificios cercanos a La Moneda?
  Memoria, basural de imágenes,
       ¿para qué embellecerte
          escribiendo versos
               en   el  aire?
 
 









ti Ana 
María Ema 
Gloria Eva Juana 
Sonia  Patricia  Rosa 
deudora morosa y amorosa 
madre soltera viuda o separada 
a ti te regalo esta cabaña de madera 
    recién cor/tada                 y aún no tallada 
(rústica aromática)                pero  sí  batallada
Estoy  aquí  mirándote                detrás  de  la  ventana
Entra: es tuya sin cobro doloso o doloroso sólo con escritura
reposa lee canta sintoniza emisiones en onda corta y en onda larga
Igual que Noé (sin estudios  de  economía  de ecología o arquitectura)
con puro amor lograrás  que adentro quepan parejas de pájaros
peces   de  acuario  plantas  flores  y  estantes con bellos libros
de arte  (con  dibujos y reproducciones  de pintura y escultura)
libros de prosa (novelas y ensayos)  y muchos otros  de poesía
poemas verbales                                              poemas figurales
poemas   lúcidos                                              poemas    lúdicos
poemas  trágicos                                              poemas  cómicos
poemas  irónicos                                              poemas  oníricos
poemas insólitos                                              poemas comunes
poemas  de  seso                                              poemas  de  sexo
poemas  de   Eva                                              poemas de Adán
poemas   para  ti                                               poemas para  mí
poemas  de  casa                                              casa  de  poemas


 
 






PASAJERA DEL ALBA
 

Te irás en la cubierta de este día que zarpa,
sin más brújula que ese pecho donde hasta anoche
acaricié cachorros de puma y de huemul.
Irás de pie en la proa, con las manos tendidas,
embajadora sonámbula que se adelanta a saludar los horizontes.

Te irás en la cubierta de este día que zarpa, que zarpó.
Volverás en la balsa de una noche imprevista.
 
 
 
 
 
 
 
 

VIOLETA PARRA
 

Cuatrocientos años antes al país lo habían conquistado,
pero aún nadie lo había descubierto como lo descubriste tú,
andariega solitaria y solidaria, deshojada en mil canciones,
desayunando agüita de lluvia por todos los caminos
almorzando ventoleras sentada en peñas o en peñascos.

¿Qué parvulario de angelitos, qué sindicato de cesantes
fuiste a animar allá tan lejos?

Ese balazo tuyo galvanizó al país
y desde aquel segundo la nación es un orfelinato
y nosotros no sabemos sino gatear a ciegas
buscando
 las astillas
  de tu guitarra
   dispersas
    sobre el polvo.
Sin ti, Violeta, este largo país
es apenas un rosario de pueblos fantasmas
invadidos en la noche por un tren descarrilado.

Pero de cada astilla crece un bosque de hijos adoptivos
y si observas bien desde allá arriba
de seguro verás que nuestro continente
se parece cada día más a tu retrato.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

       SUD
   AME
    RI
    CA
     NOS:
          Jamás hemos
       conocido otro milagro
      que la multiplicación de
     los precios del pan y los peces
    y ningún infierno nos inquieta tanto
      como la transmigración de las armas
       desde los Estados Unidos del Norte
        hasta los estados desunidos del sur
           tierras llenas de verbos verdes
          donde esta América toma
          forma de lágrima
          o más bien de
          racimo casi
          maduro y
          que  ya   
          se está     
          desgra-
           nan-
            do 
             .
       .
        .
 
 
 
 
 

PONLE EL TÍTULO QUE QUIERAS
 

Yo soy el infeliz que cierta noche te hizo feliz un año entero
el ignorante que conoce su ignorancia como el labriego la tierra que rotura
el indolente dolido de comprobar una vez más su propia indolencia
el guerrero que vio en la procura de la paz una disculpa para prolongar la guerra
el docente que nunca enseñó tanto como al guardar silencio
el mensajero linchado por traer malas noticias
el creyente que jamás pudo creer en ídolos de pies de barro
y que una mañana halló tapada la puerta de su casa con ese mismo barro
y que sólo atinó a emplearlo haciendo un horno
en cuya puerta hoy ve quemarse el pan nuestro de cada día
Yo soy el inédito que iba a empapelar el alma nacional
ese que cultivó el orgullo de camuflar su orgullo con falsa modestia 
el que sólo tomó en serio una taza de café una cintura unos senos
el corredor que hacía cross country hasta la virgen del Cerro San Cristóbal
el estratega que sacrificó la cabeza al encontrar tu cuerpo
el gondolero que exiliado en el desierto va remando y rimando por los canales de su espejismo hacia una Venecia ancestral
el jinete que lleva al anca su propia sombra
el hombre niño que jugaba a no jugar
el bibliófilo que halló un libro de arena y no supo leerlo
Yo soy el coleccionista de cicatrices que otras mujeres dejaron a manera de autógrafos
yo soy el que tú sabes que sabe que nunca sabrá nada
yo soy el que al fin te regala ese poema que siempre pides
yo soy el infeliz que mejor sabe cómo hacerte feliz.
 
 
 
 
 
 
 

SUPERSTAR
 

Tú, estrella de hoy.
Mañana, polvo cósmico
o un hoyo negro.
 
 
 
 
 
 
 
 

ATARDECER EN PUERTO MONTT
 

Aquí, en la orilla del mar,
junto al vertedero
de las alcantarillas urbanas,
una mujer en enaguas, aterida
y tres hijos flacuchentos:
 Se agachan
  tosen
   tiritan
se inclinan de nuevo
y así van recogiendo
uno que otro marisco
para la cena de esta noche.

¿Vendrá alguien a separar 
las olas y las aguas servidas?
¿Aparecerá caminando sobre el mar?

Y si apareciera, 
¿multiplicaría la pesca?
 
 

[De Como un brasero que se extingue en la llovizna (inédito). Premio Pedro de Oña 1990].
 

 
 
 



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Eduardo Llanos Melussa (Santiago, 1956). Es psicólogo y poeta, y ejerce la docencia en Psicología de la Comunicación y de la Creatividad en Santiago. Como docente, obtuvo el Premio Fundación Mustakis al mejor docente de la Universidad Diego Portales (2000). Ha publicado Contradiccionario (Santiago, 1983), libro que consta de tres poemarios: Textos y pretextos, Eros/iones y Pasábamos por aquí. Partes de ese libro habían obtenido el Primer Premio en varios certámenes de poesía: Ariel (1978), Concurso Nacional de Literatura Juvenil (1978), Gabriela Mistral (1979), Juegos Florales de la Semana Valdiviana (1982). Tiene parcialmente publicado Disidencia en la tierra, volumen que -en entregas parciales y participando bajo pseudónimo- obtuvo el Premio Iberoamericano “Javiera Carrera” (1984), el Premio Latinoamericano “Rubén Darío” (Nicaragua, 1988) y el Premio Centenario de Gabriela Mistral (1989). 
En poesía también conserva inéditas varias otras obras: Como un brasero que se extingue en la llovizna (Premio “Pedro de Oña” 1990), Prohibido estacionar, Paisaje histórico (poemas visuales) y Señales de tránsito.
En 1995 publicó Porque escribí, antología crítica de Enrique Lihn preparada para la Editorial Fondo de Cultura Económica. Ha publicado además prólogos y estudios sobre Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier, entre otros, y también algunos adelantos de un largo ensayo sobre los poetas suicidas desde los griegos hasta nuestros días.  
 
 
 

>     Muchas gracias por el aviso. Si de veras les interesa, les envío un
archivo más amplio, que contiene varios poemas que la vez anterior no
incluí.
    Un abrazo, y espero nos mantengamos en contacto.

    Eduardo Llanos

> From: "Eduardo Llanos M." <eduardo.llanos@udp.cl>


 

 
 

de Eduardo Llanos Mendoza

a 12 de Noviembre 02
 
 
 
 
 
 
 

 
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