4 poemas 

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I - Ultimo atardecer en Cartagena 

“Estará lloviendo duro en Cartagena,
¿sabes? Allá en el norte”,
dice el barquero
mientras el barco se aleja
de la isla de Barú
y la isla sin turistas
es una gran escenografía
sola:
los últimos vendedores
que habitan
en los pueblos de la isla
a dos horas de la costa,
a dos horas de lenta y cotidiana
caminata por los intrincados senderitos
de la selva,
cruzan la parte baja de la playa
caminan en el mar
hacia los atajos
que los llevarán de regreso
hasta sus casas
(oigo que más allá de las selvas
hay otras selvas)
Se alejan
sus pequeñas figuras
esmirriadas
en la tarde oscura
el mar es de esmeralda barata

  Por la Calle del Colegio,
  del Manantial,
  de la Aurora Vieja
  gritan ante los turistas:
  Esmeraldas baratas
  como si se tratara de una fruta
  o de una venta de mercado.
  Un hombre en la ciudad pasa
  y saluda a otros dos que están parados 
  en una esquina: “¿Cómo están?”.
  “Vivos”, responden.

Pregunto las diferencias entre la cumbia,
la chapeta y el vallenato,
y compro música 
de Lisandro Meza, de Dolcey Gutiérrez
y de Nelson y sus Estrellas
que cantan “Ron pa´ todo el mundo”
y “Me voy para la luna”
mientras suenan en los paseos
bandas con trompetas, gaitas de caña
verdes
y hay olor de guayabas, tamarindos y frutos
que desconozco.
Reconozco sí los olores a frito
y los gritos alegres de la gente
junto a los cascos
acompasados de los caballos
de los mateos
que pasean extranjeros por 
la ciudad vieja.

“¿Argentinos?”,
me hablan de fútbol y de ciudades
y del romance entre el hijo del presidente
y la cantante de moda.
Nada me interesa.
Soy sólo turista
- pienso -
jamás lograré el aura 
de viajero
del que hablaba Paul Bowles
y del que quisiera jactarse 
alguna de la gente que conozco.
Sólo turista
revisando
maracas y campanitas de mimbre 
en los escaparates
descoloridos por el sol
por el sol de Cartagena.

La tarde palpita ahora
en el centro del barco,
vuelan pelícanos.
Dos mujeres prepotentes
insultan a Alekos que no entiende
qué es lo que les pasa.
Jugamos después un juego de manos
entre un español y otro par de extranjeros
y bebo tragos llamados 
medias de seda y jungla del oeste
y por supuesto daikiris con los ojos fijos 
en la playa 
que se aleja.
Hace frío bajo la lluvia en el barco
desde la isla de Barú hacia la ciudad
de Cartagena.
Me envuelvo en la toalla
que se empapa de a poco
y se distiende,
colombiana,
la tarde. 
 
 
 
 
 
 
 

II - Maldiciones o plegarias

La vejez concluye sin cantos, 
Escribe el poeta clandestino

Y alimenta a los pájaros.

La poesía es un camino inicial,

Dice la muchacha y se peina
Distraída,
bajo el sauce.

El viejo murmura 
   Maldiciones o plegarias
bajo ese mismo sauce
en esa misma tarde
de sol

de sol del último día
    
Poeta sin palabras,
Piensa: 
Se me cierra la voz

el paladar protege
algún último secreto reducto
de serenidad,
de complacencia.

un mar inexistente de palabras 

Nadie conoce como yo, escribe,
esta vida de fantasmas.
 
 
 
 
 
 

III - Más allá de la oración está la tarde

El plástico negro
Que cuelga de la alta ventana
Del segundo piso
De la Facultad de Humanidades y Artes
De la ciudad de Rosario
En la tarde del dos de junio del año dos mil
Exactamente a la hora:
Seis

Oscila por efecto del viento del otoño
Que es casi ya un viento invernal
El viento frío y caótico del pronto invierno

Escucho y escribo.
Es fácil concluir:
La semántica como mi vida
Está gobernada por las reglas.

Recuerdo: Austin ha muerto demasiado joven.

Pienso genérica y desapasionadamente 
En el destino de la gramática moderna
Y en especial en aquella palabra,
Demasiado.

Y como todo discurso es ficticio, me dicen,
Cierro la libreta y retiro la birome, entre bostezos.

Atravieso la claridad de la ventana
E incluso el plástico negro que le sirve de cortina

Los atravieso con el recuerdo, con el hastío, con el deseo
Hacia la inutilidad evidente de la tarde

Pero allá afuera, me conformo, 
tampoco habrá más de un sol. 
Qué duda cabe.

Y dejo de escribir
No más. 
 
 
 
 
 
 
 

IV - Noche - Final

Aquí, 
mi sombra,
en el medio de los llanos
de luces 
figuradas, 
en la precariedad del paisaje
de bordes 
turbios.
Hay 
naves
- lo sé -
que 
nunca 
regresan.
 

En mis islas
no hubo destierro.

-dos-



Hay manos que parecen ajenas.
Escribo cartas que no voy a mandar.

Necesito un testimonio
una impaciencia
un abrazo desesperado

La  inocencia de leer en todo
Una premonición,
un indicio.

Todavía queda tiempo, 
algo de tiempo, 
sin embargo 

y un porvenir austero

-tres-

Como una ráfaga,
el azote de memoria
dispensa 
gestos
para un rostro
de tristeza destemplada
y de curiosidad incierta.
 

Quemar las naves,
hundirse con el barco.
Todo tendría 
lugar 
entonces.
 

Más allá del mundo 
hay dragones.
 
 
 
 
 
 


 
 

de Beatriz Actis

a 30 de Septiembre 02
 
 
 
 
 
 
 

 
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