Piñata inútil, varita rota, mordisco al aire, eco que no rebota. Ademán de pintura sin lienzo amarillento, volantes de un vestido que está roto por dentro. Altavoces sin cable que llegue a mis lamentos, borrones de apatía manchando el mandamiento. Visitas a una casa que abandonó hace años su dueño, arrepentido, rompió cables de estaño. Burlas, mal repartidas por el campo plagado; berrinches de un chiquillo que no tiene pasado. Levita... palpita... vomita... ¡¡¡RESPIRA!!! Escupo sobre un cuadro apagado
cuya pintura reluce entre saliva.
Otro paso en falso y todo se derrumba.
Solo eran pajas,
pajitas y barro, ¿qué más da?
Es que siento un poco de frío,
cada vez es más intenso,
y me empeño en inventar fogatas protectoras.
Mentira, todo es mentira,
y ninguna vale nada.
¿Y bien? ¿qué piensas hacer?
En este camino me estoy arrastrando.
Está bien, porque cuando tengo sueño ya estoy
tumbada y lista para dormir.
Pero araña todo mi cuerpo, y me duele,
por eso me gusta dormir mucho.
A veces estiro los brazos y me enderezo un poco,
veo a todos de pie, pasan a mi lado y miran, avanzando,
como me quedo atrás, agazapada.
El agua de ese lago está podrida, ¿no lo veis?
Da igual... sé que me tiendes una cuerda
para que te siga, sujetándome en ella,
pero yo lo que quiero es estar en tus brazos.
Cogí tarde el autobús de ida,
todo por ir en un coche que no anda. Buah...
Miras hacia atrás y me guiñas un ojo,
a veces pienso que quieres tirar de la cuerda
y acercarme a ti, entonces sonrío,
pero cruzas los brazos o los llenas de cerveza.
Lo siento, pero ya estoy bastante amarga,
prefiero vino barato con un poco de limón.
Y te sigue dando igual, si hay que beber, se bebe...
Y ya sé que te encanta el amargor de la ferveza,
sí, tan rubia, suave, fresca...
yo mientras, sigo bebiendo mi vino,
me encanta la mezcla dulce, fuerte y fría
que produce en mi paladar. Y tú me miras...
Burbujas de placer, rotas en mis manos.
Yo no bebo cerveza, ya lo sabes.
Y ahora jugamos a cerrar las manos,
como si el calor no existiera.
Bien... es lo mejor, aunque tengo un todo de voz
bastante alto, y a veces se me escucha en china.
Lo peor es que me encanta cantar, y puedo hacerlo,
pero se van a romper los cristales
(a mí no me importa, pero ésta es tu casa).
Me callo porque he de hacerlo,
pero sé que me escuchas tararear, es más,
siento que tú también lo haces, pero no te veo
hinchar el pecho para coger aire, lo imagino,
prefiero pensar que es solo un espejismo.
Bah... ¿qué importa?
Nada va a cambiar que siga aquí tirada,
intentando arrastrarme en el camino,
voy a soltar la cuerda y seguir sola,
sabes que soy muy extremista, o todo, o nada,
pero es mejor que cantarle a una rana muerta.
Vértigo barato, es lo que siento, me lamento,
no voy a levantarme para caer sin ti
(si es que eres tú).
Berenjenas,
berenjenas fritas;
rebosan,
rebosan el plato.
Espuma del cielo,
que sube, que baja
mis bragas
y mira
cómo me acaricias.
Berenjenas llenas,
berenjenas dulces
¿rellenas de azúcar?
sí, y de veneno.
Soy amarga
y me hundo en el fango.
¿Te importa?
Recipiente de mármol
acaricia el calor
que sale de mis venas,
bengalas de odio
que iluminan mi espada
llena de diamantes,
pisan el futuro
tal como acontece,
incierto, burdos, absurdo,
amarillo, fiel, brillante...
son mis caras confusas
que te brindan el cielo.
Abrazo un gemido
apagado, le invito
a salir de mi boca
sedienta de sangre,
morbosa, profunda,
ávida de suerte,
de sueños, de muerte,
de vida, de acero,
de hierro, de estaño,
que pinche el lamento
fugaz, desbordado
de tanta desidia.
Malvive, palpita,
se queja y vomita
pero sobrevive
a tus gestos malditos,
a tus ablaciones
que rompen la llave
del furgón blindado
donde guarda el vino.
He dicho que no ...
¡NO!
El eco me dice
que no quieres ver
lo que ojos consternados
no pueden esconder,
lo que alma rebosante
no puede reprimir,
los dibujitos locos
que salen desde aquí,
por mis lápices grises
(matizan el color);
por mi aparato roto
(distorsiona la voz).
El ácido, risueño,
quema el dolor en dos:
impotencia agresiva
con cruda intensidad
creciendo entre nosotros
las rosas de un rosal
de espinas venenosas
cuyo dulce veneno,
creando dependencia,
no me deja escapar.
No quiero verte ni dejar de hacerlo,
ni quiero suerte o dejar de probarla,
quiero dormirme con tu suave nana
(no melancólica y de quejidos roncos,
no,
potente y, ante todo,
segura de su ritmo).
Se me escapa de las manos
un circulito cerrado
y otra vez
le lloro al mar de mis miedos,
otra vez
se destierran mis anhelos.
¿Se me acerca una tormenta?
Hoy la mar está revuelta,
hoy la veo muy oscura,
hoy esas pequeñas olas
me ahogan con desmesura.
Hoy se me escurre la vida,
hoy se me escapa la muerte,
hoy se me pierden los sueños,
hoy te tengo y hoy te pierdo.
Hoy mis manos acarician
muy suavemente el infierno
donde duermen cucarachas
del fondo de las cloacas;
de donde salen serpientes
que con sus dientes arrancan
mi piel para asegurarse
que el veneno entra en la carne
y que me llega a la sangre.
No quiero ser una estrella,
soy tan solo una farola
que te deja ver las letras
de este libro, cuyas páginas
esconden caña de azúcar,
y que intentas descifrar
a la luz de una candela.
¡Ay! Cuando me dices: “Vuela...”
y en mis ojos se vislumbra
algo de luz mortecina
que te alumbra las macetas
para que riegues las flores
que salieron con la hierba.
Voto por seguir dormidos,
pero ya te he despertado
y no me queda más tila
que tirarte por encima.
Un segundo, un día, un año...
dos horas que son eternas
en el mar que me consterna.
Pasan cadáveres
por una calle
triste y oscura.
Gris está el cielo,
grises paredes, oscurecidas
crean el eco que les recibe,
que con sus cuerpos,
ya casi muertos,
juega a un teatro
de marionetas.
Grises y verdes
amarillentos
pintan la escena,
dejan sin vida
lo ya perdido.
Desde mi puesto
soy uno de ellos,
camino triste,
vago sin sueños.
Lánguidas piernas
los pies arrastran,
gastan la suela
de la esperanza;
rompen la tela
y una sonrisa
se vuelve un puzzle:
piezas perdidas.
Bajan las nubes
para aplastarme,
ya no me llevan
por la pradera.
Ya no hay diamantes
sobre mi vida,
niebla asesina
que esconde al padre.
Toda una noche,
todo en un día.
Una espina que se clava
bajo una sábana usada
que no recuerda tu nombre,
que se enreda entre mis piernas,
que voy dejando mojada
mientras revuelvo la cama
esperando tu llegada.
Sábana que está dormida
que, dormida, está despierta,
que, marcando su dulzura,
en mi piel se vuelve amarga,
que a mi postura se amolda
y se queda entre mis garras.
Acariciando mi cuerpo
descubre nuevos rincones
que, indecisos, te aguardan.
Sábana que llora hilos
te llama mientras me mata,
me aprieta contra la espina
que, afilada, mi piel raja.
Esperando anuncios que no salen por la tele,
arriesgando señas que estaban supuestas,
analizan gestos que no parecen ciertos:
no sugieren lo que son ni son lo que aparentan.
Intentando concluir el suicidio del miedo,
y jamás comenzarlo en la propia persona.
Alejando las manos del cáliz de fuego,
y cerrando una puerta que no encaja bien,
se rompe una parte del pomo que nunca
debió forzarse al no saber usarlo.
Ente inconcreto que llena la estancia,
deforma la puerta, la fuerza y el pomo;
tiempo a la existencia, los sueños, la mente,
tiempo al mismo tiempo que mece las nubes,
las lleva, las tiene, las sube, las baja,
al tiempo que grita en profundo silencio.
Aventuras cambiantes en cada estación
atrayendo pájaros sin miramientos:
palomas muy blancas, gorriones pequeños,
o cuervos sin ojos, águilas potentes,
búhos que, nocturnos, traen gaviotas muertas.
Muere en el camino o mezcla
tu decisión con mi confianza.
de Femefatal
a 10 de Noviembre 02